En el calor de un abrazo, la sonrisa de Lucía se mantenía impresa en su rostro mientras contemplaba a su amado Diego. El paso del tiempo había marcado sus rostros con líneas profundas. Sin embargo, en el mundo onírico que compartían, volvían a ser jóvenes. En aquel lugar mágico, siempre caminaban tomados de la mano, explorando nuevos paisajes. Sus cuerpos se movían con agilidad y sus voces resonaban con la energía de antaño. Pero una noche, en aquel mágico lugar de sueños, mientras Lucía nadaba plácidamente en el lago, iluminada bajo la suave luz de las luciérnagas, miraba a Diego sentado en una roca en la orilla. Observó que su rostro juvenil se llenó de arrugas y una lágrima serpenteó por los surcos de su cara hasta caer al agua. Lucía despertó abruptamente respirando de forma angustiosa. Tardó unos momentos en darse cuenta que se encontraba sola en la cama. Lo buscó durante horas. Desconsolada, recorrió la casa sin encontrar rastro de él. Lucía comprendió que nunca más volvería a ver a Diego. Desde entonces, todas las noches Lucía se abandona al sueño, y regresa para sumergirse en el lago donde le vio por última vez, convencida de que Diego, pronto vendrá a buscarla bajo la tenue luz de las luciérnagas.
ILUSTRACIÓN: Jesús Román
