Desde su floristería, Micaela miraba la estatua del almirante Pascual Villalba con tanta fascinación que acabó enamorándose de la figura de piedra. Cada mañana le demostraba su amor dejándole una rosa encima del pedestal; le leía poemas de Espronceda e incluso le contaba secretos y confidencias entre susurros. Durante sesenta años vivió con devoción su historia de amor con aquella escultura, a pesar de las habladurías de los vecinos.
Con el último invierno, la floristería cerró para siempre. ¿Cómo apareció la estatua de Pascual Villalba sentado a los pies de la tumba de Micaela? Aún es un misterio.
ILUSTRACIÓN: Jesús Román
