El pececito naranja pasaba los días nadando en su pecera. Desde muy temprano comenzaba la mañana con sus ejercicios matinales: nadaba hacia arriba, luego hacia abajo, después hacia la derecha y hacia la izquierda, y vuelta a empezar. Siempre a la misma hora, caía desde la superficie la rica comida que devoraba con apetito, para luego continuar nadando: otra vez hacia arriba, luego hacia abajo, después hacia la derecha y hacia la izquierda, y vuelta a empezar. Así hasta que se ponía el sol, momento en el que el pececillo naranja se iba a descansar.
Una noche se despertó de madrugada y vio que en la pecera había una luz diferente: era un destello brillante y azulado que lo envolvía todo a su alrededor. Nunca antes había presenciado algo igual. Era una luz misteriosa y agradable. Enseguida quiso saber de dónde provenía y por más vueltas que dio a la pequeña pecera, no logró encontrar su origen hasta que miró hacia arriba y la descubrió. Era la luna la que iluminaba la pecera esa noche.
Era la primera vez que el pececito naranja la veía y, sin saber por qué, sintió una atracción irresistible. Decidió en ese momento que quería vivir en esa esfera brillante.¿Podría saltar al otro lado de la pared de cristal? No estaba seguro si sus pequeñas aletas tendrían la fuerza necesaria para impulsarlo, alcanzar el borde de la pecera y salir de ella. Estaba decidido a vivir en la luna y contemplarla todos los días. ¡Tenía que intentarlo!
Decidido, se alejó lo más que pudo para tener distancia, nadó con todas sus fuerzas y se impulsó hacia la superficie. Cuando emergió del agua, sintió cómo el aire fresco acariciaba sus escamas por completo y, por unos instantes muy breves, observó cómo se alejaba de la pecera que quedaba atrás, hasta que cayó al suelo, dándose un buen golpe. ¡Lo había logrado! Finalmente se encontraba fuera de la pecera.
La luna seguía en lo alto, flotando majestuosa. Ya fuera del agua el pececito naranja la contempló de nuevo y le pareció más brillante y grande que cuando estaba dentro de la pecera. Ya se imaginaba viviendo en sus aguas cristalinas y nadando en todas direcciones. Movió su cola y sus aletas rápidamente intentando alcanzarla, pero después de varios intentos, no consiguió moverse del mismo sitio. Decidió descansar un ratito antes de intentarlo de nuevo. Una vez más movió la cola y las aletas tan fuerte como pudo, pero apenas logró desplazarse unos centímetros. Respiraba con dificultad. Finalmente, agotado, se quedó dormido con la luna reflejada en sus ojos.
