El séptimo don

 La concubina favorita del emperador quedó embarazada. El ciclo dinástico volvería a establecerse. Transcurrieron tiempos felices en el palacio esperando la llegada del heredero en el mes en el que florecen los almendros. Al fin ese día llegó pero el rostro de felicidad del emperador se transformó en decepción cuando le comunicaron que los llantos del recién nacido era de una preciosa niña. Durante cientos de años, en cada una de las dinastías, el Cielo otorga al futuro emperador el derecho de gobernar su país. Para ello, dota al niño de los seis dones necesarios: valentía, inteligencia, virtud, justicia, bondad y amor. Sin embargo, en esta ocasión, el Cielo impuso rotundamente un séptimo don que perduraría para siempre: la sabiduría ancestral.

Al conceder este don a la heredera, el Cielo reafirmó que tanto los hombres como las mujeres tenían el mismo derecho a gobernar el reino. Así, la niña creció bajo la guía de los seis dones originales, pero también con la sabiduría ancestral en su corazón. Con este nuevo don, el imperio celebró una nueva era de igualdad, donde el género ya no era una barrera para acceder al trono. El Cielo había sentado un precedente poderoso, asegurando que las futuras generaciones de mujeres también pudieran gobernar con sabiduría y compasión, honrando la memoria de aquella emperatriz cuyo legado perduraría para siempre.


©Jesús Román