Durante el largo confinamiento, notó que el único sonido que rompía el silencio nocturno, era el del impacto de las naranjas desprendiéndose de los árboles que flanqueaban su calle. Sabía la hora exacta en la que las farolas se apagaban. Un minuto antes, salía de casa pertrechada con su paraguas al que, ya en la penumbra, daba la vuelta como cuando lo hace un golpe de viento, convirtiéndolo así en un recipiente recolector. Antes de que el barrio despertara, estaba en su cocina dispuesta a hacer la mermelada con la que mantendría a su familia durante aquellos tiempos inciertos.
TEXTO: © María Llanos
ILUSTRACIÓN: Jesús Román
