Disfrutaba de un delicioso café cuando oí por la radio que acababan de hallar el cuerpo sin vida del individuo desaparecido hace una semana. Oculto entre matorrales, tenía las manos atadas a la espalda, la cabeza bajo una bolsa de plástico y el pecho molido a cuchilladas. Al ver el revuelo de policías, periodistas y curiosos, salí de casa para contemplar la escena de cerca. Apoyé la espalda a un tronco. Encendí un cigarrillo, y lo saboreé lentamente, calada tras calada, antes de entregarme a la policía. Ese hijo de puta no volverá a violarme nunca más.
TEXTO: Jesús Román