Tenía fobia a los relojes. Todos le recordaban a una masa verde, blanda y viscosa. Así, que para ser persistente con su memoria, era impuntual en las citas, provocaba efectos mariposa, perdía trenes y autobuses, en las bodas ya se habían comido la tarta y, en los bautizos, se topaban con una Primera Comunión.
Pasaron los años, muchos, tantos, que llegó tarde a su propio entierro, pues ya reposaba en la tumba y, cuando subió al cielo, San Pedro había echado los postigos y dormía como un bendito entre nubes vaporosas.
TEXTO: Maria del Carmen Guzmán
ILUSTRACIÓN: Jesús Román
